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lunes, 22 de febrero de 2010

Tardíamente se descubre la realidad.

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De niños vivimos en un mundo de fantasía, alentados por nuestros padres, nuestros abuelos, y hasta por nuestra propia inocencia frente a lo poco que conocemos de la vida.
No en todos los casos ha de ser igual, muchos viven realidades diferentes, tal vez más duras, pero -en general- la infancia nos pone a todos un toque de ingenuidad y ensoñación.
Lo mismo ocurre cuando vamos creciendo, tenemos que ir viviendo la vida por etapas desenrrollando de a poco el imaginario carretel de nuestro devenir. En tanto eso ocurre, no solamente vamos cumpliendo ciclos que provienen de costumbres sociales y mandatos genéticos, como también episodios que parecerían ser ineludiblemente necesarios para poder realizarnos como individuos.
Y cuando se va siendo mayor (siempre que la providencia te permita esa oportunidad) te vas dando cuenta que había mucho de engaño en lo que te habías imaginado de la vida.
La idea -en este artículo- es exponer sobre algunas cosas (podrían llamarse costumbres, reglas, tradiciones, etc.) que en realidad no debieran plantearse como hasta el momento. Es decir, y para ser más claro, creo que desde niños debieran contarnos las cosas mucho más ajustadas a la realidad (como las percibe un adulto); obviamente con cierto recato y limitaciones; pero tampoco volcarse mucho para el lado de la fantasía o de los sueños; pues nos hace más débiles y menos preparados para afrontar el mañana, que nadie ignora -en este mundo de hoy- está cargado de problemáticas que serán cada vez más difíciles de resolver.
Volviendo a lo anteriormente expresado respecto de que la vida nos mantiene entretenidos en diversas obligaciones y diversiones y la vamos gastando de acuerdo a como podemos y a como nos gusta hacerlo, ocurre que cuando venimos más grandes nos encontramos con un sinnumero de cosas en las cuales no hemos pensado jamás y otras tantas cuestiones metafísicas sobre las que jamás habíamos invertido un mínimo de nuestra capacidad intelectual para reflexionar sobre ellas.
Creo que es útil también usar la cabeza, mucho más de lo que se la usa, para poder alcanzar estados espirituales mucho más elevados; ya que al llegar a mayores nos encontramos con una gran desilusión al recapacitar que pasamos la vida como si fuera un juego (con sus diversiones, ocupaciones, preocupaciones y problemáticas ... pero un juego al fin).
Y esto resulta ser un gran decaimiento anímico y espiritual y lo peor es que ya te queda menos tiempo para sumergirte en algo más místico, más profundo ... más importante ... y más conveniente para tu vida y para la de la humanidad.
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Jorge Horacio Richino.

PD: Al menos intenta, antes del momento en que te toque partir de este mundo, haber gastado un poco de tu capacidad intelectual para descubrir aunque sea algo nuevo, aunque represente un aporte del tamaño de un minúsculo grano de arena, sobre los misterios de la vida.
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